Iniciamos la salida un jueves por la mañana. Aunque madrugar no
gusta a nadie,las circunstancias y el planning que llevábamos de antemano,
nos obligaban a ponernos en la carretera con las primeras luces del día. Nuestro objetivo era hacer todos los kilómetros que pudiéramos y llegar a
nuestro destino hacia la hora de comer.
Cruzamos la frontera entrada ya la mañana. Atravesamos Biriatú en un momento, ¡visto y no
visto!
De todas formas, cruzar esa línea imaginaria que separa dos países siempre me da cosa....es como un dar un paso a lo desconocido,genera cierta incertidumbre..... De esta guisa entramos en Francia, un país que se abría ante nosotros verde, soleado, con colinas salpicadas de casitas, de pueblecitos....y por supuesto ...de rotondas aunque en esta ocasión no la padecimos en demasía.
De todas formas, cruzar esa línea imaginaria que separa dos países siempre me da cosa....es como un dar un paso a lo desconocido,genera cierta incertidumbre..... De esta guisa entramos en Francia, un país que se abría ante nosotros verde, soleado, con colinas salpicadas de casitas, de pueblecitos....y por supuesto ...de rotondas aunque en esta ocasión no la padecimos en demasía.
Ya en autopista , devorando kilómetros con dirección a Carcasona descubrimos para nuestra desgracia, que el VAT solo
funcionaba a lo largo de la La A64
(La Pyrénéenne o E80) hasta el peaje de Lestelle que está después
de la salida 18 St Gaudens. Lo descubrimos de la peor forma posible, atascados en medio del peaje intentando entender lo que decía una voz femenina en un perfecto y amable francés. en fin... que había que introducir dos euros en una especie de
"buzón" para poder continuar. Desde ese momento evitamos meternos en los
accesos que solo marcaban telepeaje y pasamos a recoger, como buenos chicos,
nuestros tickets.
Llegamos a Carcasona al mediodía. Nos despistamos un poco intentando encontrar la zona de autocaravanas, pero después de un par de vueltas y siguiendo las indicaciones del "Gpsi" ya estábamos aparcados. La zona de autocaravanas se encuentra a escasos 200 metros de la puerta de entrada principal de la ciudadela. Es preciso pasar una barrera y recojer un ticket para su posterior abono cuando se abandone la zona. Hay que decir que la primera hora de aparcamiento el coste es gratuito.
Saliendo del parquing y doscientos metros siguiendo la carretera, te encuentras ante la puerta de entrada de la ciudad; murallas, cubos, torreones... que desafían arrogantes al cielo y que te hacen sentir insignificante y diminuto.
Cruzar las murallas te transporta de inmediato a otra época, también ayudan las tiendecitas de recuerdos que te asaltan visualmente a ambos lados de la calle principal con espadas, dagas, y demás recuerdos típicos que ofrece una ciudad turística medieval. La ciudad tiene mucho que ofrecer, sobre todo para los incansables soñadores de otras épocas. Recorrer las ciudadela entre el paso de las dos murallas te lleva a un tiempo evocador, amén de un tiempo largo de reloj. De igualmanera, su interior con sus callejuelas estrechas, su arquitectura peculiar, y sobre todo su ciudadela (aunque haya que pagar unos 11 euros) bien merece la visita. Con tanto caminar, al final uno acaba sentandose en cualquier sitio, aunque de hacerlo es recomendable hacerlo en la plazoleta que queda justo a mano izquierda de la calle principal . Pequeña, recojida, colorida, eso sí, los refrescos van sin hielo...
Si se quiere alargar el día, merece la pena bajar al río. Es una zona verde y arbolada dónde la gente disfruta; corre, pasea, anda en bici y demás actividades al aire libre. Cruzando el puente de piedra el camino te lleva a la ciudad nueva. Aunque el comienzo de la calle es algo lúgubre, con mucha pintada de dibujos grafiteros y locales cerrados, luego el paisaje urbano cambia y la calle da paso a una ciudad moderna y comercial, por supuesto peatonal. Seguimos las indicaciones que señalaban la dirección de la estación del ferrocarril, habíamos leído que justo en frente se encontraba la zona de embarque para poder recorrer el canal de Midi. Es temporada baja y lamentablemente el embarque estaba cerrado.
Al día siguiente nos levantamos temprano. Recogimos deprisa y nos encaminamos a nuestro siguiente objetivo cátaro. Ochenta y tres kilómetros en dirección al Pirineo con carreteras tranquilas, con pueblos pintorescos, con hermosas colinas de un color verde intenso. Cuándo parece que no vas a llegar nunca, las silueta del castillo Montségur aparece de repente a lo lejos anunciando lo cerca que ya estamos de nuestro destino.Es como de un enorme faro que flota en medio de un mar azul. Dejamos las praderas y nos dejamos arrastrar por carreteras estrechas a través de frondosos bosques y de pequeñas poblaciones dónde apenas se veía a nadie. El último repecho es una fuerte subida que cizagueando te lleva directamente al llamado "Col de Montségur".
Hay que bordear por la izquierda el
lienzo de muralla y,procurando no caerse, seguir el estrecho sendero que han dibujando en la roca, durante siglos, las huellas de todos aquellos que han ascendido anteriormente a ese mismo lugar buscando un pedacito de historia . El
sendero te
conduce al ala oeste del castillo, dónde hay una moderna escalera de madera
que asciende a unas pequeñas estancias en las que no hay nada, pero que por
completar la visita y llegado hasta allí ....!. En este punto, la visita a Montségur no tiene más, salvo su historia y su leyenda que la perseguirá
siempre. La imaginación corre a cuenta de cada uno. De todas formas, merece la
pena tomarse su tiempo y contemplando el paisaje pararse un momento a pensar.
De camino, visitamos el Castillo Puivert, que desde la distancia parece imponente pero que de cerca , sinceramente no merece la pena, sobre todo porque hay que pagar para no ver nada interesante. Es mejor quedarse con su imagen imponente y evocadora que desprende en la distancia. Volvimos nuevamente a hacer noche al parking de Carcasona.
El tercer día lo dedicamos a visitar un pequeño pueblo
llamado Minerve. A 52 kilómetros de Carcassonne . El día se presentaba gris y
brumoso, y aunque parecía por momentos que iba salir el sol, lo único que vimos
fueron pequeñas gotas de lluvia que cubrían el cristal del parabrisas. Aún y
todo, las gotas fueron algo anecdótico a lo largo del viaje, algo que nos hacía
mirar al cielo continuamente buscando un resquicio de color azul por dónde se pudiera ver el
sol. Con todo, las nubes se contenían y proseguimos nuestra ruta a través de
las carreteras de Francia. Cruzamos varias veces el canal de Midi y atravesamos
pueblos pintorescos..sin gente (da la sensación que en Francia no vive nadie).
Aun llevando el " Gpsi", nos despistamos y tuvimos que rehacer el camino un par de
veces. Ya no nos fiábamos del "Gpsi".
Llegamos a Minerve al mediodía. Quizás fueron los exabruptos con los que nos desahogamos durante todo el camino o quizás
fue la "intervención divina" que se compadeció de nosotros ...la cuestión es que
de repente dejó de llover y nuestro ánimo se vino arriba. Bajamos de las furgos a toda prisa y nos lanzamos a la conquista de ese pequeño pueblo medieval armados con
nuestras cámaras de fotos, y cargados con mochilas repletas de fruta y galletas. Si no
fuese por la certeza de que estábamos en Francia, hubiéramos dicho que por el paisaje y
el entorno, estábamos en cualquier pueblecito medieval de
España.
El pueblo se encuentra en un alto, siguiendo la línea que
conforma el meandro de un río. Un lienzo de murallas rodea el pueblo y se integrada
perfectamente con el paisaje urbano de casas de piedra y tejados de color
marrón. Calles estrechas por dónde solo circulan twingos y restos de alguna
torre que aún rememora lo que fue en el pasado. Son la seña de identidad de
este pequeño pueblo. La visita se hace amena, solo hay que deambular y dejarse
llevar. Una vez arriba, justo dónde termina el pueblo, se abre un camino entre
la maleza que desciende gradualmente hacia el río. Es un sendero estrecho que rodea el meandro. Siguiendo el camino,
Siguiendo el sendero de arriba, descendemos bordeando el pueblo hasta la misma orilla del río. Por encima de él, en lo alto de la orilla opuesta hay una reproducción fideligna de un trabuco medieval. Se puede ascender hasta él por una angosta escalera, atravesando el río por una pasarela .
El paseo termina justo a los pies del pueblo.Debajo del puente por el que hemos cruzado, hay una enorme cueva por donde discurre lentamente el río, y aunque no lo intentamos, parece que se puede atravesar cuándo hay poca agua, pues se ve claramente que hay un caminito hecho con piedras.
Comentar, antes de que se me olvide, que en la zona más alta
del pueblo estaban terminando una zona de autocaravanas, con zonas delimitadas
de parquing, instalaciones de baño y duchas. Eso si, por lo que intuimos viendo
una barrera de paso...bajo pago. Bien de todas formas!.
Retornamos al parquing hambrientos. Las galletas y la fruta
solo habían conseguido estimularnos más, si cave, las papilas gustativas.
Nuestros estómagos rugían como leones. También fue mala suerte que en ese
preciso momento el cielo decidiera descargar sobre nosotros toda su carga.
Comimos en las furgos. Retornamos por última vez a Carcassonne sabiendo que las mini vacaciones
estaban llegando a su fin y que al día siguiente nuestro viaje terminaría llevándonos de vuelta a casa .
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