viernes, 10 de mayo de 2013

Semana Santa 2013. "En busca del mito Dorado"



Nos planteamos esta nueva Semana Santa con cierta incertidumbre. El pronóstico del tiempo para estas fechas se presentaba incierto por todas partes y cambiar nuestro destino a última hora, buscando el buen tiempo, era un juego de dados. Con todo, iniciamos nuestro viaje, como unos "valientes", sabiendo de antemano lo peor que nos podría deparar el tiempo. Salimos a media tarde y llegamos a
Estación de servicio el Cisne, Zaragoza
Zaragoza con los últimos rayos de sol. Tomando la autopista dirección Madrid, a pocos kilómetros, paramos en una estación de servicio llamada el Cisne, dónde tienen acondicionada una zona de estacionamiento con parking vigilado por 9 euros; con una pequeña zona pensada en exclusiva para autocaravanas, con agua, electricidad y con la posibilidad de cambiar las aguas sucias. Todo esto funciona por medios de unas fichas que se adquieren en la misma estación de servicio. La
peculiaridad de este sitio es que guardando los tiques de gasolina o de consumo de bar-restaurante, el parking es gratuito. Nuestra primera noche no fue tan mala. La nubes cruzaban el cielo amenazantes; oscuras y veloces iban cubriendo los últimos retazos de cielo azul. En fin, nos habíamos emocionado demasiado pronto, esa luminosidad con la que nos encontramos en Zaragoza nos había hecho soñar con un buen inicio de vacaciones. Creímos por un momento, que habíamos podido dejar atrás la lluvia y la estrepitosa tormenta que nos había perseguido durante todo el camino hasta llegar allí. Con todo, vuelvo a repetir la primera noche no fue tan mala. Llovió algo por la noche, pero la mañana se despertó nuevamente con un cielo azul y una estela de  jirones de nubes esponjosas que recorrían el cielo mirándonos de soslayo desde arriba.
Entrada Dinopolis

Llegamos a Dinópolis a primera hora. Antes de llegar, habíamos rodeado Teruel dejándola a mano izquierda siguiendo el curso de la carretera. La sorpresa cuándo llegamos fue descubrir la cantidad de furgonetas y de autocaravanas que habían pasado la noche allí. Prácticamente el parking estaba llena de ellas. Las primeras colas ya se estaban formando para entrar en el recinto del parque, pero como habíamos obtenido las entradas por internet, pasamos directamente al hall de la entrada sin necesidad de ninguna espera. Dinópolis no defrauda. Es verdad que está pensada para los más pequeños, con actividades, espectáculos y demás. Pero también es verdad que engancha a los mayores. No todos los días se puede ver el esqueleto de un Tiranosaurio al completo, o el más impresionante de los dinosaurios con veinte metros de altura. En fin, a decir verdad es recomendable. Hay que decir que durante toda la visita al parque el tiempo aguantó a medias, hasta que a la hora de comer ( que lo hicimos dentro de la cafetería del parque) empezó el diluvio; que duró, lo que duró la comida. Ya a última hora y después de cientos de fotos, y de un café reconfortante, cuando la visita ya empezaba a resentirse en nuestras piernas decidimos  proseguir nuestra ruta. Por cierto, ya no llovía y se apreciaba tímidamente algún claro.   
Albarracín
Albarracín es un retazo de historia cuyas calles hablan por si solas. La primera impresión es de sorpresa y de asombro. Para los que no habéis estado nunca allí, os diré que sólo ver el lienzo de muralla solitaria que parte del pueblo y que recorre más de kilómetro y medio a lo largo de toda una sierra,... sobrecoje. Es el primer aperitivo de un gran almuerzo que despierta las papilas gustativas. Un banquete cultural e histórico que no empacha. ¡Se nota que me ha gustado! ¿Verdad?. Pues si. Despierta la imaginación. Sus calles estrechas y empedradas siempre ganando altura. Hasta que llegas al final y ves al pueblo en su conjunto, suspendido sobre el meandro de un río, encaramado entre las rocas mientras las aguas discurren tranquilas a sus pies decenas de metros más abajo, redibujando y tallando la roca por los siglos de los siglos.
Pasamos dos días en Albarracín. Dos días que supieron a poco sobre todo sabiendo a posteriori que los días siguientes no saldrían tal y como lo habíamos planificado. Aunque con dudas desde  un principio llevamos las bicis, y al día siguiente las utilizamos.
Bosque de Rodenos, Albarracín
Rodamos toda un mañana por pistas de grava y arena. Absortos por el paisaje tan distinto al verde del País Vasco. Escrutando cada rincón del entorno, diseccionando cada detalle que por su forma y su color no dejaba de sorprendernos. Hablo de Bosque de Rodenos. Un bosque antigüo no por los árboles, sino por las formas rocosas que lo moran. Formas sorprendentes y desconcertantes que no dejaron de llamar nuestra atención durante todo el camino. Aquí mismo, sobre la arena rojiza, algún senderista había escrito: "La Tierra Media", haciendo alusión al libro del Señor de los Anillos. Quizás un poco exagerado, pero no del todo desacertado. En fin la imaginación al poder, como se suele decir. Otra cosa peculiar de este bosque es la historia que encierra. Historia que nos lleva al comienzo del ser humano y sus primeras manifestaciones artísticas (grafitis). El camino está señalizado con postes indicadores que señalan el lugar dónde se puede contemplar restos de pinturas rupestres realizados miles de años atrás por los primeros hombres que moraron allí. La ruta se prolongó durante casi treinta kilómetros. Sin ser una ruta dura, he de reconocer que me costó. La verdad, que ese día no estaba para muchos trotes, podría achacarlo al resultado de una noche de excesos en el camping, cosa no del todo incierta,.... pero sería mentirme a mi mismo. Por cierto, si teneis la intención de hacer esta ruta os recomiendo que llevéis el GPS, a nosotros nos valió para no perdernos en más de un par de ocasiones. Hay un verdadero galimatías de camino y senderos que no están señalizados y que te pueden llevar a dónde no quieres ir. (Track Ruta de Rodenos)

Y os preguntareis por el tiempo ¿no?. ¡Aguantó!...hasta la noche. El viento sacudía las furgonetas y la lluvia caía con ganas. Como se suele decir una noche movidita. Eso si, pudimos cenar secos y entablar una relación íntima y personal con una buena botella de vino del lugar, la verdad es que durante este viaje hubo muchas relaciones íntimas de ese tipo. Pero bueno, la mañana siguiente  fue radiante, aunque todavía se veían algunas nubes que no dejaban de acechar con malas intenciones. Dejamos Albarracín satisfechos. Con esa sensación de haber cumplido al cien por cien con todas nuestras expectativas, no sin antes dejar claro la intención de volver nuevamente en un futuro próximo, ya fuese para una estancia larga o como base para otro destino futuro en otro momento.
Teatro Romano de Sagunto
Tomamos la carretera y reanudamos nuestro camino dirección Sagunto. 127 Km nos separaban de nuestro objetivo de llegar al mar. Había sido una ciudad que siempre me ha había llenado de curiosidad, sobre todo por su historia; Anibal tardó ocho meses en conquistar esa ciudad y los romanos posteriormente, a mano de Escipión el Africano lo lograron en mucho menos. Hay que decir que nos hicimos un lío cuando llegamos. Sagunto no tiene playas propiamente dichas en el casco urbano y nosotros nos empeñamos en seguir una indicación que ponía "playas", y ahí nos liamos. Dimos vueltas y vuelta, hasta que al final desistimos. Decidimos primeramente visitar la ciudad histórica. Aparcamos en una zona situada en lo que parecía la desembocadura de un río; pero el sitio no terminó de tranquilizarnos. Aunque había coches y camiones aparcados allí, nos dio cierto repelús dejar las furgos aparcadas durante tantas horas. Así que, después de comer en ese descampado de rio (en las furgos) y de haber encontrado una zona céntrica dónde aparcar, nos pareció a todos más acertado cambiar la ubicación de las furgos. Pudimos tomarnos un café al sol, arrullados por la brisa que traía un sugerente olor a azahar. El sol se dejaba querer. He decir que estábamos a 22ºc y en manga de camisa. Hubo alguien que ya se había puesto las chanclas y las bermudas...era tanta las ganas de sol!. Iniciamos el ascenso al castillo. Calles estrechas y empinadas, hasta llegar a la misma base del castillo, dónde está también el teatro romano. Por cierto que a mi parecer una chapuza. Salvo dos piedras y algún "vomitorium", el resto era una reconstrucción moderna de un teatro. Seguimos ascendiendo carretera arriba y por fin llegamos al castillo. Que aunque en un estado bastante ruinoso daba idea del explendor que tuvo en sus mejores momentos.
Castillo y murallas de Sagunto
Decir que solo es un castillo es quedarse corto. Sus lienzos de muralla se extienden a lo largo de todo el monte que domina la ciudad. Es una amalgama de culturas que fueron dejado huella a largo de los siglos. En ciertos momentos tiene un aire a la Alhambra; la silueta de la murallas, el verdor de la tierra que crece alrededor. Es solo una impresión que en un lapsus de tiempo te asalta a la mente. Recorrimos de cabo a rabo toda la ciudadela. El sol seguía siendo nuestro anfitrión, cálido y suave iba languideciendo y alargando las sombras. El mar se veía a lo lejos como un espejismo cercano que te invitaba a seguirle con la mirada. Habrá gente que solo vea piedras y que no le merezca subir, pero siempre quedará la opción de dejarse llevar por nuestra imaginación y de viajar en el tiempo hasta un lugar lejano y ya perdido, dónde recomponer esas ruinas y hacerlas realidad.
Antes de que el sol se despidiera definitivamente decidimos volver a las furgos y buscar un lugar dónde hacer noche; y elegimos de todo lo que había un camping peculiar. O eso al menos nos pareció en ese momento. La entrada era sugerente; un camino empedrado con una arboleda frondosa. A los lados había edificios dónde se podía leer "fitness", "masajes", "gimnasio"...en fin el sueño dorado de cualquier campista. Eso es lo que fué, un sueño. Como no tenía personal nos mando por cuenta propia a buscar un lugar que nos pareciera el más adecuado para acampar. Para describir lo que vimos, basta con decir que fue decepcionante; dimos varias vueltas intentando, sin decidirnos, dónde acampar o si cambiar de camping. Alrededor no había bungalows, ni mobilhomes... Era simplemente la esencia más pura del chabolismo trasladado a un camping, que se presuponía de 2º categoría. Al parecer, y por lo que pudimos deducir, allí valía todo; cada parcela era una república independiente dónde reinaba la más absoluta anarquía; ventanas hechas con frentes de cocina, contrachapados de todo tipo y color, alicatados con azulejos sacados de no sé qué obra; eso, eso....mucha variedad. !En fin!. Con decir, que la mayoría de los coches aparcados tenían colocado un bloqueador de volante.

 ¿ A caso te podían robar el coche dentro del camping?. Ya, por terminar y por no parecer pesado, diré que sólo había una zona de aseo. ¡No quiero imaginar lo que sería eso en pleno verano....!. De todas formas decidimos quedarnos. De lo malo, malo, teníamos una playa a cien metros de las furgos llena de guijarros de todo tipo y condición, que hicieron la delicia de mis hijos ( "poder tirar todas las piedras que quisieran sin que nadie les riñera .¿qué más podían pedir?¿Qué niño no es feliz con eso?"). La cena fue copiosa, y por supuesto volvimos a tener una relación intima y afectuosa con el néctar de otra botella. La cosa iba de botella por noche. Nos iba eso de ser "promiscuos" ¿qué le vamos a hacer?.
Amaneció el día nublado. Las nubes nos perseguían implacables dónde quiera que fuéramos como una sombra oscura y tenebrosa. Era el momento de salir de aquella barriada disfrazada de camping. Reanudamos nuestro camino dirección Madrid. Oyendo la radio no pudimos de dejar de preocupados por lo que oíamos; puentes caídos, pueblos inundados, fallecidos por el agua...Mirábamos el cielo con cierta preocupación. Llovió.
 hoces del rio Cabriel
 hoces del rio Cabriel Llegamos al embalse de las hoces del rio Cabriel pasado el medio día. Preguntamos en el camping que está justo en el camino que lleva a las compuertas. Allí conocimos al dueño, que muy amablemente vino al parking dónde habíamos estacionado para poder informarnos y nos explicó la situación actual de la reserva del rio Cabriel: "es una propiedad privada y la dueña haciendo uso de su propiedad ha restringido el paso colocando una verja que cierra el camino". Se nos cayó el alma a los pies. Nos explicó la lucha que tuvieron años atrás para proteger ese entorno natural. Cómo se habían manifestado por activa y por pasiva, y cómo en extremis se había declarado Reserva Natural. La verdad es que estábamos embobados oyéndole hablar. No había que deducir mucho para darse cuenta de su condición de activista en pro del parque. De todas maneras, no debíamos de ser los primeros en los que vio la decepción en la cara. Como sucedáneo nos indicó cómo llega a un alto llamado Peñas Blancas, que distaba a pocos kilómetros de allí siguiendo la vieja carretera, una de las mejores obras de ingeniería de España, según él, y dónde a demás de ver trincheras de la guerra Napoleónica y de la Guerra Civíl, siguiendo unos senderos ya señalados nos conducirían a una zona elevada dónde podríamos vislumbrar aquello que nos habían denegado poder disfrutar.
Cómo he dicho anteriormente un sucedáneo. Eso sí, nos sirvió para hacer un poco de piernas y para que los niños se cansaran un poco. Después de casi tres horas de caminata volvimos a la furgo justo en el momento en el que empezaba a llover. Dichosa lluvia, emperrada en aguarnos los días. Visto ya lo que había que ver y trastocados los planes que teníamos en principio, decidimos ponernos en camino sin saber muy bien a dónde. Nos bastó unas decenas de kilómetros y un diluvio universal para decidirnos que sería mejor desviarnos del camino y dirigirnos a la ciudad de Cuenca. Ciudad que ya conocíamos de otra Semana Santa anterior, cubierta de blanco.
Casas colgadas de Cuenca
Hicimos noche en el mismo casco histórico; sin ser del todo muy literal, prácticamente debajo de las casas colgantes. Por 17 Euros las 24 horas. Parking vigilado y con acceso a baños. Junto al Auditorio. Llegamos a última hora de la tarde. Cansados y asqueados del tiempo. La lluvia no cesaba; húmeda, fría ¡qué decir ...2ºC de temperatura en plena calle!. Todavía creíamos que nos nevaría como nos hizo hace dos años por estas mismas fechas. Caminamos calle arriba embutidos en nuestros chubasqueros. Sorteando el aire con nuestros paraguas. A pesar de todo, nos fue grato recordar de nuevo la ciudad, aquella vez el paisaje estaba cubierto de un pálido manto de nieve y aunque hacía más frío, creo que en aquella ocasión nos resultó más estimulante que en esta ocasión con la lluvia. Nuestra caminata nos llevó hasta la parte más alta de la ciudad antigua, dónde se levantan los restos del castillo y dónde se puede disfrutar de una vista magnífica sobre todo cuando hace buen tiempo y no tienes que pelearte continuamente con el paraguas. Ese fue el final del día. La calles estaban lúgubres, oscuras, apenas iluminadas por unas luces amarillentas que vistas a través del filtro que conformaban infinidad de gotas de lluvia que caían, desangelaban el corazón. Era momento de bajar y buscar un sitio dónde reponer fuerzas. Sobre todo pensando en los niños que estaban rendidos después de un día intenso de caminatas. Cuenca es precioso y tiene infinidad de bares, restaurantes...pero nadie ha pensado en el turista medio y sobre todo para quienes vamos con niños. Buscando una burguer o una pizzeria acabamos en la ciudad moderna, prácticamente arrastrando los pies en cada paso, en un peregrinar que se hizo eterno en busca de ese maná que oliese a orégano. Terminamos en un Turco-italiano. Nos derrumbamos sobre las sillas y dimos cuenta de cinco sabrossssísimas pizzas de tamaño medio. Volvimos a recuperar el ánimo. Devuelta al parking el camino se hizo más corto, deshicimos los andado entre bromas y risas, y cuándo nos dimos cuenta ya estábamos frente a las furgos. La noche fue movidita; el viento zarandeaba a la furgoneta como a un barco a la deriva en medio de un mar tormentoso. Lluvia!. Cayó a raudales. ¡A cubos!. Pero nosotros, metidos en nuestros sacos calentitos, con el estómago satisfecho y los pies cansados, nos dejamos mecer por el viento a la espera del reconfortante sueño.  
Casas colgadas de Cuenca
La claridad del día nos despertó. ¿ El cielo azul?. ¡Rapidito que hay que aprovechar!. Recogimos todo velozmente y lo dejamos preparado para poder salir de inmediato cuándo quisiéramos.

Volvimos a subir a la ciudad. La Cuenca empedrada nos esperaba con un sol primaveral. Fuimos directos a desayunar; y aprovechamos el momento para hablar de nuestra siguiente etapa en el camino. Después, pausadamente, volvimos a callejear nuevamente por esas calles iluminadas de sol dónde horas antes no podíamos ver otra cosa que no fuera la tela de nuestros paraguas.
Salimos de Cuenca pasado el mediodía, no queríamos que se nos hiciera tarde. Habíamos decidido ir a un punto intermedio en el camino que nos aproximaba a casa: Riaza. La conocíamos del año anterior y además, por estas mismas fechas . En vez de ir por Madrid decidimos ir por Guadalajara siguiendo el curso de la N-320 que atravesaba el páramo manchego. No teníamos prisa y los kilómetros se sucedieron en una carretera solitaria salpicada de matices paisajísticos que no dejaron de sorprendernos durante todo el camino; enormes sierras de nombres desconocidos que se alzaban como islas en un mar de ondulados campos verdes; un cielo caprichoso que acogía al mismo tiempo lo peor de una tormenta y el resplandor de un sol primaveral. De esta guisa circulábamos un domingo por la tarde en medio de una nacional "semi -abandonada" dónde los únicos vehículos que rodaban eran prácticamente nuestras dos furgonetas. Ya habíamos pasado con creces la hora de la comida, aunque los críos pegados a las nintendos no parecían tener  mucha hambre, ni que decir que durante todo el camino no parecía que hubiera niños...!benditas máquinas!. Decidimos parar en Sacedón, en una zona de descanso situada en la misma presa por dónde transcurre el río Tajo. La verdad que lo poco que vimos nos dejó gratamente impresionados, y digo poco, porque solo pudimos ver lo que se podía desde la misma nacional. Pero el paisaje era precioso. Queda apuntado en la memoria para otra ocasión.
Los últimos kilómetros empezaban a cobrarse su tributo en cansancio y tedio. Una nacional es una nacional, con sus curvas, con sus cruces, con sus travesías.... . Llegamos a Riaza al atacerder .Hacía mucho frío. De vez en cuando la lluvía se transformaba en agua nieve, y eso me traía el recuerdo de la Semana Santa del año anterior, cuándo recalamos en el mismo camping, pero con cinco centímetros de nieve cubriendo el suelo. ¿Habían dejado de existir las Semanas Santa con sol?
En Riaza nos juntamos con otra furgoneta. Aumentaba el número de niños y de adultos. Al estar el camping vacio, el gerente del camping nos cedió el local de ocio para nos pudiéramos cenar y que los niños pudieran correr y jugar sin pasar frío, ni mojarse. Fue una velada agradable.
Salimos por la mañana con dirección a casa. Todos sabíamos que las vacaciones llegaban a su fin. Por unos días habíamos roto con la rutina del día a día, del trabajo, de los horarios. Como auténticos nómadas del siglo XXI habíamos recorrido media España buscando un tesoro dorado del que apenas habíamos podido disfrutar. De todas formas volvíamos felices, satisfechos. Asimilando con cada kilómetros que nos acercaba más a casa, todos los lugares que habíamos visto, las momentos que habíamos compartido en estos dias.
Como en una procesión de Semana Santa discurríamos las tres furgonetas por la carretera camino a casa. Llovía a ratos y eso acrecentaba, si cabía un poco más, nuestro estado melancólico. Por terminar con mi relato diré que comimos en la entrada del camping de Burgos dónde hay habilitado un pequeño merendero. De allí, nos quedaban tan solo dos horas de camino para completar nuestro camino de regreso a casa. Por fortuna, llegamos a media tarde enteros y sin percances. Ya solo quedaba sacar los trastos y poner lavadoras.