Llegamos a Angosto el viernes por la tarde. Con la bici en el portón de la furgo y cargados con todo lo necesario para poder pasar un fin de semana perfecto. Se tarda poco en sacar los trastos. Resulta más dificil tener que volver a recolocarlos nuevamente todos en su sitio y que encajen perfectamente. El tiempo era perfecto. El sol de media tarde era dulce y agradable. Y a pesar de que los pronósticos habían dado cierta inestabilidad, un cielo casi completamente despejado y azul presagiaban todo lo contrario.

De camino a la cima pasamos delante de un comedero de buitres. Y aunque no tuvimos ocasión de ver a ningún buitre comiendo "in situ", si vimos de los que son capaces de hacer con una vaca entera. Eso da ánimos a cualquiera para seguir pedaleando. Ya casi en lo alto nos encontramos con un ganadero que conducía a una manada de caballos anglo árabes montado desde su todoterreno. Mientras pasaban los caballo nos dio tiempo a charlar con él y a solventar la duda que desde el inicio de la ruta me rondaba la cabeza. ¿Qué camino, si es que había, era el más idóneo para bajar por el otro lado? Afortunadamente había hecho mis deberes y la respuesta confirmaba mis sospechas; había dos bajadas malas llenas de barrancas peligrosas y una bajada que sin ser de ensueño, era completamente factible. Nos despedimos de él dándole las gracias por la información, y aunque no se lo dijimos, internamente le dimos las gracias por la ocasión de poder contemplar una manada de caballos tan hermosa.
Subimos el último repecho y allí perdimos el camino. Tuvimos que fiarnos completamente de las indicaciones del GPS y confiar en el buen diseño de la ruta que habíamos preparado de antemano. Y aunque en algún momento tuvimos dudas, pronto comprobamos que la dirección que indicaba era la correcta. A simple vista no existía camino, estaba camuflado por un suelo de rocas que apenas dejaba entreverlo. La bajada no nos llevo al "éxtasis" ni al "flow". Había tramos en el que el camino era un montón de piedras que a modo de adoquines te hacían saltar en la bici continuadamente. En contrapartida el paisaje que se dibujaba en el horizonte contrarrestaba esta incomodidad. Hasta dónde llegaba la vista todo era una sucesión de montes y tupidos bosques que te daban la sensación de estar perdidos en un mundo verdaderamente natural y salvaje. Desde un lugar privilegiado oteamos a lo lejos nuestro destino. Un punto blanco en medio de un mar verde y grisáceo: San Pantaleón de Losa.
Llegamos sin más problemas, salvo que en el último momento variamos la ruta e improvisamos un recorrido alternativo al descubrir que el camino planteado era prácticamente impracticable y que llevarlo a cabo requerría hacer gasto improductivo de nuestras fuerzas. Ese camino nos llevó a Quintanilla de Ojeda, a un par de kilómetros fuera de nuestra ruta. Seguimos la carretera general y por fin llegamos a Pantaleón. De cerca un gran peñon que miraba al cielo a modo de una próa de barco. Tomamos el camino de ascenso y sin problemas llegamos a la cima dónde se encuentra la misteriosa iglesia. Misteriosa por sus tallas en piedra,diferentes a cualquier otra iglesia románica que se conozca y cuyo simbolismo y significado todavía están envueltas en misterio. Desde aquí ya hay poco más que contar. Aprovechamos el momento para descansar y comer. Y después de ver la iglesia por fuera, reanudamos la vuelta. Que por cierto no fue de lo mejor. La hicimos por carretera. Cansados por todas las horas que llevábamos sobre la bici y después de pelearnos con una alambrada de espinos optamos por la vía más fácil y rápida. Ya habrá ocasión de volver y de descubrir nuevos caminos.